lunes, 21 de mayo de 2007

La hora de la verdad


Como en las corridas de toros, casi al final hemos llegado al momento que por sí solo significa la gloria o la derrota.

Por supuesto, lo que define la faena como buena o mala es todo lo que pasa antes. Ningún matador ha salido en hombros y por la puerta grande si a pesar de liquidar al toro no le sacó buenas suertes antes. Y sin embargo, la bestia derribada en su último aliento le entrega al torero la certificación de su victoria. Al fin de cuentas, para todos los efectos prácticos, superar al rival es la gloria; la belleza, el arte, el espectáculo, son ingredientes que agregan sabor, pero si no se supera al rival, no valen nada.

El fútbol no es como los toros; aquí no se va a morir nadie. Pero se asemeja en que la victoria está reservada sólo para uno. No para el que se la merezca, sino para el que la consiga primero, en este único e irrepetible instante que ya ha llegado.

El momento supremo. Dar la estocada o caer. Veremos quién es quién.

Por cierto, no me gustan las corridas de toros. Que las hagan como en Costa Rica, en que la gente entra al ruedo sin ninguna protección para enfrentar a un toro en plenitud de condiciones, porque aquí no les ponen banderillas, ni los hacen correr hasta que se agotan, ni los drogan. Despójense de capa y traje de luces, matadores, montón de chulos, y vengan a torear a la tica, si son tan valientes...

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