
Un punto de diferencia: Fin de ciclo en el Barça, se va una de las figuras (ayer Ronaldinho, hoy Eto'o, ¿mañana Puyol?), Rijkaard está perdido, Iniesta es pésimo, Laporta dimisión, el Sevilla es el mejor equipo del mundo, el Madrid está para ganarla en la última fecha, el Valencia es poderoso...
Cuatro puntos: El Barça está de vuelta, golpe a la Liga, revive el Círculo Virtuoso, el Sevilla con vértigo, Capello vete ya, Turienzo es el verdugo, fracasa el Valencia...
Si la diferencia de puntos fuera un colchón, como el año pasado, a estas alturas estaríamos yaciendo plácidamente sobre él, apenas a la espera de que en un par de semanas las matemáticas dictaran su sentencia: Barça campeón, y últimos dos o tres partidos con paseíllo incluido.
Pero es un acordeón, y su sonido, sobre todo cuando se encoge, en vez de ser una música de fiesta, para muchos de nosotros es ya un ruido infernal que nos tiene con el ánimo por los suelos.
Al menos así es para los culés que como yo, nos hicimos de expectativas estratosféricas para esta temporada. Como yo, allá por agosto más de uno veía ya colocadas en las vitrinas del Camp Nou todas las copas que al equipo le tocaba disputar; más de uno anticipaba un plus de alegría y paz interior para Navidad y Año Nuevo por causa del fútbol blaugrana; y más de uno se imaginaba que en Semana Santa el Vía Crucis sería para los otros y la Gloria para los culés.

Viéndolo ahora desde la llanura, adonde nos bajaron los acontecimientos desde el Olimpo donde nos jactábamos de estar, semejante actitud era de por sí nociva para los aficionados (sobre todo para los que ahora sufrimos puyas constantes y la continua pregunta de "¿no era que el Barça ganaba todo y caminandito?"), pero fue fatal para los técnicos, jugadores y directivos, quienes lamentablemente, todo indica que también se contagiaron de ella. Ojalá hubiéramos tenido algún amigo de verdad para recetarnos a cada uno un par de bofetadas a fin de que despertáramos a la realidad; así habríamos tomado conciencia de que, como en cualquier cosa en la vida, nada es un lecho de rosas sino que para triunfar es imprescindible someterse al esfuerzo continuo por mejorar, por superar lo ya hecho, y sobre todo ser humildes, para mirar a los rivales como iguales y capaces de arrebatarnos la gloria para disfrutarla ellos.
Si este acordeón liguero es el castigo a nuestros pecados capitales, terminemos de soportar los últimos siete suplicios de la manera más estoica posible, porque los merecemos. Y tengamos fe en nuestro equipo, que todavía no es demasiado tarde para que ellos se sacudan de los vicios (literal y figuradamente dicho) que les han impedido dar el 100 por ciento de sus capacidades y que, por ejemplo, provocan los hundimientos anímicos y futbolísticos tan lastimeros en que cae el equipo tan pronto el rival anota un gol, por más malo que sea. Sobre todo, prestemos oídos sordos a los cantos de sirena provenientes de la capital del reino, con los cuales nuestros enemigos pretenden hacernos creer que el Barça está perdido y que su fabuloso proyecto del Círculo Virtuoso está inevitablemente en camino de acabar como cierto proyecto muy cacareado de metrosexuales, gordos y fanfarrones del que ahora mismo, sólo unos cuantos chinos extraviados recuerdan con infinita nostalgia...

(Fotos: Wikipedia).